martes, 12 de septiembre de 2017

                                          LA  LOMA  DEL  MUERTO


Estas cosas se presentan de improviso, mientras hablas con un pastor, con un campesino o con un anciano. Estoy en la plaza, metido en una charla anodina con un residente, cuando, de repente, algo en su relato despierta mi atención. Habla de un cerrillo, de una sepultura, de unos huesos...

- A ver, a ver – lo interrumpo - , entonces, ¿dices que había una tumba allí? ¿Con el cadáver dentro?

El hombre, con paciencia, repite su relato.

- Como te digo. Me llamó Félix, el poeta, para que me entiendas. Me dijo: “Ven acá conmigo si quies ver algo...” Y naturalmente, me acerqué con él a una lomilla que había allí cerca. Destapó unas piedras, no recuerdo bien.., y apareció un esqueleto. Estaban casi todos los huesos. De esto hará ya más de 50 años. Me llamaron la atención los dientes del muerto, así que los cogí y los guardé en una caja…


El relato parece creíble. Así que le pido datos exactos de la ubicación del lugar del enterramiento.

- Verás – me dice con paciencia-, hay una loma baja con una construcción extraña. Parece un antiguo corral de ganado, pero no es un corral por lo que voy a decirte: ni hay restos de basura, ni la situación es la habitual de un aprisco ni tiene hechuras de corral. Además hay por acá y por allá unos sillares de piedra muy bien labrados.



Me falta tiempo para coger la bici y realizar una primera visita, urgente, al lugar. Lo que encuentro allí confirma todo lo que el hombre de Cuevas me había contado. En efecto, se trata de una loma exenta, de baja cota, como de unos diez o doce metros sobre las tierras de alrededor. Sobre este pequeño promontorio se observa perfectamente un cinturón de piedra, restos de un muro en forma ovalada, de unos 80 m de perímetro.



Mi primera inspección aporta también algunos datos importantes: no aparece nada de cerámica en superficie. El único objeto que encuentro, compatible con la existencia de una cultura antigua sobre la loma, es un percutor de sílex. Otros hallazgos casuales son: un fósil y un casquillo de bala, de gran calibre, de los cartuchos empleados para la caza mayor.



Como dijo mi informante, no se aprecian en absoluto señales de que el lugar haya estado ocupado por un corral de ganado. Pero, entonces, ¿qué sentido tiene esta construcción? Si tampoco aparecen restos de vasijas, que suelen estar presentes en cualquier yacimiento arqueológico, ¿qué utilidad tuvo este cercado de piedras? 

En la ladera norte de la loma hay una choza de guardaviñas en cuya construcción, muy reciente, se han empleado soberbios peñascos labrados a escuadra. Resulta todo un tanto enigmático.



Dejo trascurrir un par de días para ir armando hipótesis sobre lo que pudo haber en la loma. Y realizo una segunda visita. En esta ocasión marco un punto al azar sobre la cúspide de la colina y comienzo a escarbar. De inmediato, a unos quince o veinte cm de la superficie, aparece una piedra. Extraño, pues no es terreno de piedras, salvo las que haya podido trasladar allí el hombre. Después de dar con la piedra, encuentro otra alineada, y otra más. Comprendo que se trata de un alineamiento de piedras, sin duda. Limpio bien la excavación con unos tomillos y ya no hay duda: estoy ante una pared de piedra. No se trata de lajas, como las que enmarcan ciertas tumbas, sino de piedras de mediano tamaño, manejables, pero perfectamente alineadas.



El sol cae de forma despiadada sobre el lugar. Como si una maldición quisiera frustrar mis planes de averiguar qué hay al otro lado del murete que acabo de descubrir, el calor se hace insoportable y me derrite de manera inmisericorde. Me incorporo en medio del árido paisaje abrasado por los calores de este verano ardiente. A lo lejos veo aproximarse el rebaño a la zona de amorre. No se oye un sólo pájaro, ni un insecto… El cíclope descomunal de la Peña del Aguililla me mira inquietante desde el vano de su enigmático ojo. Decido regresar al pueblo y volver... quizás por la tarde. Pero una noticia inesperada me obliga a abandonar el pueblo de inmediato.



Allí queda aquella pequeña brecha abierta, como una cortina que se descorre para descubrir qué hay más allá, quiénes colocaron aquellas piedras, qué construyeron… ¿Fue un pequeño fortín? ¿Una tumba? ¿Acaso un recinto sagrado para el culto? No lo sabemos, pero, casi con seguridad, en una próxima visita al lugar ya podremos adelantarles el uso que se dio en el pasado a la extraña construcción de la loma de La Hoya. 


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