viernes, 8 de septiembre de 2017

                        EL HUERTO DE PACO MOLINA



Cuando uno llega a la jubilacion, una de las actividades que atrae tanto a hombres como a mujeres es la horticultura. Poner y cuidar un huerto se convierte así en una especie de pasatiempo del que, sin duda, se obtiene un provecho material, además de la satisfacción del laboreo de la tierra.


- Ven a ver mi huerto – me dice Paquito Molina con un cierto asomo de entusiasmo de campesino aprendiz.

La Peñuela es el único oasis que ha quedado en el pueblo en este verano abrasador. Todas las fuentes se han secado, incluso la fuente de El Caño. La cosecha de cereal ha sido muy floja y la de girasol recibe ya demasiado tarde estas lluvias de finales de agosto.



Sin embargo, ahí, a medio kilómetro del pueblo, la poza de La Peñuela se muestra a rebosar. Parece un milagro. Siempre fue una fuente con un manantial exiguo. Con frecuencia debíamos poner una hoja de higuera a modo de tornajilla para poder beber en el caño del pilar. Y la poza se surtía de unas venitas de agua que apenas si podían verse rezumar entre las piedras.



Media docena de vecinos vienen poniendo huerto en La Peñuela. Este año, aconsejado y guiado por los hermanos Puerta, ha profesado como hortelano Paco Molina. Y su huerto, a tenor de lo visto, es un compendio perfecto de lo que toda la vida fue un huerto en Cuevas de Velasco: unos surcos de pimientos, un par de tablares de tomates, pepinos, calabacines, un par de golpes de hortalizas exóticas, unas acelgas y alguna planta aromática.



Paco recoge su cosecha moviéndose despacio entre las matas, pone la pisada con precisión para no dañar las platas y aparta las hojas con sumo cuidado. Se diría que es un cirujano interviniendo. Mientras, responde a mis preguntas de curioso y va desgranando todos sus saberes adquiridos desde la primavera. 




- ¿Mula mecánica dices? Ni hablar. Todo esto lo he cavado a mano. Cuatro veces.

- ¿Y qué abono le pones? -pregunto.

- ¿Abono? ¡Más de 40 carretas de basura hemos bajado! Por cierto, me dicen que la fuerza de esta basura se notará más el año próximo.

- ¿Tienes agua suficiente para regar?

- ¡Buenoooo! Agua hay toda la que quieras. Mira, en una noche se llena la poza. ¿Ves este chorro? Pues no es de la poza, no; esta agua es la que sobra de la poza.



Las matas de pepino rinden ya una de las últimas recolecciones de la temporada. Amarillean entre el verde follaje los panzudos pepinos dejados como simiente para otro año. Y el cubo, poco a poco, va llenándose de estas refrescantes hortalizas, ventrudas, de formas caprichosas, como joyas esmeralda.

- Coge algunos, anda – me dice.

Los tomates comienzan a enrojecer. Se presume una buena cosecha. Siempre se dijo que los tomates de Las Cuevas eran exquisitos. 



Bajo el palio de la exuberante vegetación de La Peñuela, al lado del huerto, está la choza en la que se guarda la herramienta y se dejan otros enseres. El silencio reina en la vega. Luego baja un tren, unos pajarillos arman alboroto entre los zarzales y una urraca cuchichea en las proximidades.




Apunten esta manera de ser feliz. Paco disfruta, por más que uno sepa bien, por los recuerdos de la infancia, que un huerto exige trabajo y muchos desvelos. 

Pero, mirándolo bien, no descubrimos aquí nada nuevo. Ya lo decía nuestro paisano belmonteño Fray Luis de León en su Oda a la vida retirada.

Del monte en la ladera,
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto. 
                                                  Fray Luis de León





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