viernes, 2 de junio de 2017

                                                UNA VIRGEN ENTERRADA


Les confieso que siento cierta envidia hacia esos pueblos que cuentan con su tradición mariana asociada a un hecho milagroso. En realidad la geografía conquense, y la española en general, están cuajadas de lugares marianos surgidos a lo largo de la historia en torno a hechos prodigiosos.

Hay milagros marianos que, aunque uno prescindiera de lo sobrenatural, sólo por su belleza literaria, son ya una gran maravilla. Pienso, por ejemplo, en esa virgen diminuta, del tamaño de un dedo pulgar, en la que la reja de un arado tirado por bueyes tropezó y no podía continuar; o en esa virgen que pidió pan a un pastor manco y al meter éste el muñón en su zurrón sacó la mano sana; o en esas vírgenes tozudas que se las trasladaba a una ermita y durante la noche regresaban al lugar de su aparición.

En Las Cuevas de Velasco no hemos encontrado nuestra virgen, pero no es porque no esté escondida, pues tenemos una leyenda que habla de que hay una virgen oculta, enterrada.

La tradición es antiquísima, pero no es una de las más conocidas del pueblo, hasta el extremo de que corre el riesgo de perderse. Por eso la rescatamos aquí.

Desde muy antiguo se cuenta que en Las Cuevas de Velasco, en el lugar que llaman cerro Ribagorda, hay una imagen de la Virgen enterrada. El relato legendario es parco en detalles, pero hay algunas sospechas que podrían explicar este misterio.

El cerro Ribagorda, para los que no están versados en localizar parajes del pueblo, se sitúa en medio de la vega, más abajo de la Nebrosa. Es el monte que nos impide ver desde el Castillo el pueblo de Castillejo del Romeral.

Cumbre del cerro Ribagorda, visto desde el camino de Valdemoralejo


En el cerro Ribagorda se ha encontrado también algún enterramiento excavado en la roca. Y por la parte que mira a la Hoya está la cueva de la Peña del Aguililla. Pero para el caso que nos ocupa lo más importante es que alrededor de dicho cerro hubo poblamientos en la antigüedad. Resulta curioso que sea justo en las inmediaciones de esta montaña donde se sitúa el mayor grupo de tumbas.

Como ya hemos dicho, estas fosas mortuorias, muy numerosas en los parajes de La Losa, Valdemaron, El Reajo o la Nebrosa, pertenecen a la época tardorromana o visigótica, es decir, cuando ya se había difundido por la península la fe cristiana y el culto mariano estaba muy extendido.

Quienes enterraron a sus muertos en estos lugares, habitaron varios poblados cuya localización queda muy próxima al cerro Ribagorda. En la misma ladera de la montaña, de la parte que da al paso a nivel de la casilla de la Nebrosa, existe un paraje que se denomina Las Paerecillas, al lado de un corral de ganado. Dicho lugar muestra restos claros de haber estado habitado el en pasado. También a menos de un Km. ya en término de Castillejo, se encuentra el poblado de Fuente la Higuera.

En cualquiera de estos poblados antiguos debió haber una pequeña iglesia con su virgen. Es más que probable que en el futuro las investigaciones arqueológicas así lo demuestren.

Pero ¿por qué se escondió la imagen de la virgen? La respuesta apunta claramente hacia un hecho: la invasión de los musulmanes y las continuas razzias de castigo que realizaban pudieron ser la causa del ocultamiento.

Se tienen noticias de la conquista de estas tierras. Se dice que en Santaver, cerca de la actual Cañaveruelas, se establecieron musulmanes de raza beréber. Sabemos perfectamente que para entonces esta comarca seguía habitada por una importante comunidad de cristianos que aguantaron en territorio musulmán (mozárabes) hasta que la presión se hizo insostenible ya entrado el siglo IX. Sabemos por la historia que el obispo Sebastián de Ercávica, antigua ciudad romana rebautizada en tiempo de los musulmanes como Santaver, situada en Cañaveruelas, a solo 38 kms de Cuevas de Velasco, huyó hacia Oviedo en el año 866, ante una campaña de los musulmanes que amenazaba su integridad.



Por otra parte, durante los años de la reconquista menudearon las algaradas moras cuyo objetivo era buscar botín, pero también atemorizar a los cristianos para que no volvieran a establecerse. Solían destruir los templos y las imágenes, así como robar las campanas de las iglesias y ermitas.

Por lo tanto, no puede extrañarnos que, ante la inminencia de una incursión musulmana, alguien muy piadoso rescatase a su virgen y la ocultase cuidadosamente.

Ocultamientos de este tipo hubo por toda la geografía española. Y, por cierto, también existe alguna leyenda de hallazgos, milagrosos o casuales después de la Reconquista.

Cuando llegó la Reconquista a Huete y su territorio, se establecieron pronto las primeras aldeas cristianas en los valles del Guadamejud y del Mayor. Pero aún hubo que aguantar el embate de los Almohades que pusieron cerco a Huete en el año 1172 sin lograr tomar su fortaleza. En su retirada hacia sus dominios de Cuenca, el ejército musulmán atravesó el valle del río Mayor, con toda seguridad por la vega de Cuevas de Velasco. Y ya se habla en la crónica de tal periplo, redactada por un cronista musulmán, que llegaron a un poblado del que había huido toda la población, seguramente ocultándose en las montañas o buscando territorios al norte más seguros.

No pudieron recoger las cosechas porque no había tiempo, pero pueden estar seguros de que ocultarían a sus santos y sus tesoros sacros.

El cronista árabe dice que las tropas cogieron todo el grano que pudieron y luego arrancaron los árboles y arrasaron el poblado.

El cerro Ribagorda es un monte enigmático. Se trata de una montaña exenta, es decir, separada del resto de macizos y páramos circundantes. Plantado en medio de la vega, este cerro testigo debió atraer la atención de las gentes que moraron por estas vegas y así lo atestigua la presencia de necrópolis y de cuevas excavadas por la mano del hombre.

Situación del cerro Ribagorda.

En cuanto a la razón de por qué sigue la imagen escondida y nadie acudió a desenterrarla reproduzco las mismas palabras con las que un día me respondió el descubridor del célebre tesoro de Villena, don José María Soler, al ser preguntado por la misma cuestión: “Sabían muy bien que el peligro que venía era grande. Y tenían razón, pues ya no volvieron a recoger su tesoro”.






















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